Café Montaigne 28
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TEMAS
El miedo ha estado presente en todas las épocas y culturas; la muerte, lo desconocido, una entidad maligna y la furia divina son algunos de los temas que más temores nos causan
Gracias por sus comentarios y lectura. Gracias por tomarse este café conmigo sabatinamente. El tema que estamos explorando y ensayando en estas columnas, lo cual será un tríptico debido a su sugerencia, es fundamental y forma parte de nuestro cuerpo, mente y eso llamado alma. Esta es la segunda de tres y sin duda, apenas es un liminar para presentarlo y entrar en buena materia. El tema, la trama es exploración para un libro. El miedo es motivo para desarrollarlo en un volumen de largo aliento.
Ensayar y agregar letras al sentimiento del miedo, por lo demás, es tema eterno.
El fino narrador defeño, Armando Oviedo, ya lo investiga puntillosamente: acopia bibliografía, películas, imágenes y claro, dicta seminarios sobre este tema literario, cinematográfico y al final de cuentas, fondo intrínseco al ser humano, en varias ciudades del País donde sus palabras son escuchadas con atención y encanto. En un esbozo de temario el cual me hizo llegar de manera cibernética, éste escinde su propuesta en cinco apartados, entre ellos, uno al cual titula “El Claroscuro del Miedo”, donde anota, “… el miedo tiene el cuerpo y la cara de nosotros… el rostro del miedo es de seres humanos comunes”. Oviedo Romero aborda esta otra cara del miedo con “imbricaciones” y matrimonio “con el pánico cotidiano”. Es acertado.
Usted, lector, ¿a qué le tiene miedo, cuál es su temor el cual le araña el corazón? Todos tenemos uno, sin duda. De hecho, debe ser (o es) el primer sentimiento del ser humano. Y nada se compara al temor a la muerte. Cuando nacemos, somos ya precadáveres. De hecho, a la muerte se le ha nombrado como la suma de todos los males y todos los miedos. ¿Qué hay luego de la muerte? Nada. Si usted cree en la Biblia, Eclesiastés lo deletrea varias veces en su pergamino: el muerto, muerto está. No siente, no tiene inteligencia, no existe ya, pues. Nada. Junto con su cuerpo, lector, muere su alma. Y eso a lo cual llamamos “muerte” es sin duda uno o el principal temor de cualquier humano. Doy un sorbo a mi café mezclado con tres dedos de Ron Castillo y empiezo a masticar los argumentos de mi maestro.
Agrego de mi cosecha: tendemos una y otra vez a depositar en un agente externo tanto la maldad como nuestros miedos, la suma de nuestros miedos. A este agente externo le llamamos, no pocas veces, Diablo, Satán y toda su corte de ángeles infernales (así lo dice aquí el gobernador Rubén Moreira), pero dice Oviedo, el miedo y el mal tienen rostro humano. Por ello de aquel dardo envenenado tan pegador ayer, como hoy, “López Obrador es un peligro para México”. Se le tiene miedo a este rostro conocido; causa terror y angustia este riesgo y/o peligro. En este caso, el pánico por un político.
ESQUINA-BAJAN
Esta inquietud y zozobra ante lo desconocido, este sentimiento de no poder sujetar del todo los aspavientos de una situación nos hace apocarnos, entrar en angustia y al final llega el miedo. El miedo está presente en todas las culturas, en todas las tribus, en todos los mitos e historia humana. La literatura y el cine han glosado estos miedos, los cuales embotan nuestros sentidos, por lo general, en las noches más altas. Somos seres de luminosidad, pero caemos inermes ante la oscuridad y por extensión, ante el sentimiento del miedo. En ese poema épico, grande y redondo como pocos, “El Paraíso Perdido” de John Milton, en sus versos 240 al 245 del Libro I, escribe: “¿Es este el lugar / que intercambiamos por el Cielo, esta triste penumbra / por aquella luz celestial?...”. De la desobediencia primigenia de Adán y Eva al mandato de Dios, nunca nos hemos liberado.
Luego, e inmediatamente, en Adán y Eva, nació la vergüenza, el desdoro… el miedo del castigo divino ante un Dios colérico y vengativo en todo el Antiguo Testamento, el cual blande espada de doble filo y no deja cabeza sobre tronco humano. De hecho, Dios da fortaleza como signo de asistencia al brindar a sus fieles (sobre todo a los Profetas) una promesa: “No temas”. Lo dice en Génesis 15:1; 26: 24, en Isaías, en Revelaciones, en Tobías… Avanzamos. Se le debe de tener miedo, digamos, a algo concreto, a un hecho, a un ser tangible, vaya, pero ¿por qué le tememos a lo desconocido y nos quedamos hechos palo ante este terror el cual muchas ocasiones no existe terrenamente? No materialmente, pero si en nuestra psique.
Dijo Francisco de Goya en su cuadro perfecto, uno de tantos, “El sueño de la razón produce monstruos”. Es en nuestra razón e inteligencia donde se gestan y nacen los monstruos y miedos más abominables. Y miedo, lo tenemos todos: lo tuvo Ulises, el cual pidió ser atado al mástil de su embarcación para no escuchar el canto de las sirenas y así perderse en sus brazos y pechos embriagadores. Miedo lo tuvo el mismo Pablo, cuando visita Corinto (aquí se adoraba a Afrodita-Venus con su templo con mil prostitutas: qué envidia, pues, de no haber vivido en aquella época) y luego les envía la epístola donde confiesa haber tenido “mucho temor y temblor” (1ª Corintios 2:1-5).
LETRAS MINÚSCULAS
¿Cuál es su más grande miedo, señor lector? Caray, mucho por explorar el siguiente sábado…