El Santo al cielo

El televisor en blanco y negro y la inconfundible voz de Antonio Padilla “Píccoro”, presentador de la Arena Coliseo de la Ciudad de México, anunciaban: “Lucharán a dos de tres caídas sin límite de tiempo, en esta esquina…”. Era el preludio de batallas que siempre tenían un mismo vencedor: “El Santo, el enmascarado de plata”. Todo inició un 26 de julio de 1942, cuando Rodolfo Guzmán Huerta adoptó el nombre de “El Santo”, aunque antes de eso luchó como “El Hombre Rojo” y “Murciélago II” hasta que se decidió por la santidad.

Esa noche, la noche de su debut, “El Santo” desafió a ocho hombres y a todos los venció. Empezaba una carrera de más de 40 años que capturó los corazones de los mexicanos que no hemos olvidado la indeleble marca que dejó en este País en donde ya no quedan héroes.

Recuerdo bien que con el insuperable tope suicida y su llave maestra, la de a caballo, derrotó al “Cavernario Galindo”, a “Blue Demon”, al “Médico Asesino” y al adversario cuya victoria lo encumbró como ídolo de ídolos: “Black Shadow”. Todos sucumbieron ante el poder de “El enmascarado de plata” y algunos tuvieron que revelar su identidad al respetable público.
Pero su lucha no terminó ahí, pues convertido en representante mexicano en contra del crimen, hace 40 años en la película “Santo contra la mafia del vicio”, derrotó a oscuros enemigos que aún nos acechan. Pero “El enmascarado de plata” no se detuvo ahí, y con su determinación y fuerza logró vencer a científicos locos como el malvado doctor Frankenstein que en una aberración de la ciencia médica deseaba secuestrarlo para ¡trasplantarle el cerebro! A eso súmele una larga lista de peligrosos enemigos como legión de zombies asesinos, marcianos invasores, brujas diabólicas, feroces lobas, los personajes del museo de cera, centenarias momias de Guanajuato, “El Barón Brákol”, “Blue Demon” que emergía desde lo más profundo de la Atlántida y hasta a Lorena Velázquez en su papel de “Zorina, la reina vampira” en “Santo contra las mujeres vampiro”. Eso sí, por alguna razón extraña las mujeres que acompañaron en sus películas vestían batas de seda transparente en el momento justo en que el mal acechaba.

Todo eso lo hacía mientras manejaba un auto convertible y se adelantaba 50 años a la compañía Apple con un reloj comunicador con el que llamaba al profesor Zobek. “El Santo” jamás perdió el estilo y vestía de saco con suéter de cuello de tortuga o de capa de terciopelo rojo, al tanto que interpretaba nuestros deseos de justicia y alentaba la esperanza de que al final, el bien siempre vence.

Recuerdo bien la serie de historietas semanales que a un costo de 50 centavos entretenían a miles de familias que buscaban un pasatiempo sano. Muy populares entre los niños eran los famosos monitos de plástico con su figura. Hoy confieso que “El Santo” me derrotó una noche de mi lejana niñez, cuando fui presa de una ambición desmedida y hasta enfermiza por desenmascararlo, un acto de verdad ingenuo, pues si ningún luchador o monstruo de ultratumba lo había conseguido, qué podía esperarme yo. Aún así, intenté borrar la pintura del rostro de “El Santo” para descubrir su identidad pero mi derrota fue completa cuando ni así lo conseguí. ¡“El Santo” era invencible!

Ayer se cumplieron 100 años de su nacimiento. Él vivió en un México distinto. Una época en que nuestra sociedad soñaba con un País justo cuando vivíamos el milagro mexicano. Una Patria en donde se repartía la riqueza en forma más equitativa, donde la solidaridad y la esperanza en un futuro mejor eran posibles. Un País que encarcelaba al que delinquía y en donde creíamos en los héroes que nos habían liberado de la opresión española y de los señores feudales. Para todo lo demás estaba “El Santo”.

Hace años, Conaculta editó una biografía escrita por el propio Rodolfo Guzmán Huerta. En ella revela en mucho su grandeza cuando dice: “Mi biografía abarca un sinnúmero de penas y alegrías, de triunfos y fracasos, que metidos en un laberinto se pierden. El luchador vive la actualidad, no su pasado”. Hoy “El Santo”, más que un personaje, es una leyenda y muchos le guardamos una especie de culto y un sentimiento de gratitud que se vio reflejado la tarde de su muerte en aquel histórico encabezado del periódico La Prensa de la Ciudad de México y que decía: “El Santo al cielo”.