Segundo debate: también quedó a deber
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Los siete aspirantes a la Gubernatura del Estado sostuvieron ayer, en la ciudad de Torreón, el segundo y último debate a los cuales obliga la legislación electoral y, aunque el ejercicio tuvo, en general, un mejor desarrollo, quienes aspiran a gobernarnos quedaron de todas formas a deber.
Y es que, una vez más, quedó en evidencia la ausencia de una cultura de debate que permita una real confrontación de ideas, más allá de los ataques personales mediante los cuales cada contendiente busca desacreditar, a los ojos de los electores, a sus rivales.
Ciertamente se formularon propuestas en torno a los cuatro temas pactados para su discusión –desarrollo económico, finanzas públicas, transparencia y rendición de cuentas y desarrollo social–, pero fueron muy escasos los momentos en los cuales los contendientes contrastaron sus ideas.
A diferencia del primer ejercicio –aunque sólo sea efecto de la casualidad–, los candidatos sí respondieron a las preguntas que se les formularon exponiendo –unos en mayor medida que otros– ideas específicas con las cuales, en caso de ser electos, armarían su programa de gobierno.
Sin embargo, un debate real exige que quienes participan en él critiquen de manera concreta las propuestas de los demás y digan por qué sus planteamientos son mejores o, al menos, que hagan evidentes las debilidades de los argumentos de su contraparte.
No deja de ser un ejercicio que tiene una utilidad concreta: los electores pudieron conocer con mayor detalle aspectos de la personalidad de quienes les están solicitando su voto y accedieron a mucha más información que la contenida en los spots con los cuales se encuentra actualmente inundado el espectro radioeléctrico.
Pese a ello, difícilmente puede decirse que se trate de un evento que le ayude a los electores a ver la política con ojos diferentes, es decir, con ojos de optimismo en el futuro, y ello se debe a que muy probablemente los momentos que más grabados se le queden a los ciudadanos son aquéllos en los cuales los candidatos se acusaron mutuamente de incurrir en ilícitos y de beneficiarse indebidamente de su paso o su relación con el servicio público.
Una vez más, y tal como ocurre con el tono general de las campañas, cada uno de los candidatos parecieron más preocupados en convencernos de que todos los demás son indeseables como futuros gobernantes y ello nos deja, como suele ocurrir en las campañas mexicanas, frente a una triste realidad: la contienda no sirve para identificar al mejor de todos, sino apenas al “menos peor”.
A la campaña le quedan 27 días, casi cuatro semanas. Es de esperarse que en las jornada que estamos por vivir, quienes aspiran a dirigir los destinos de Coahuila realicen un mayor y mejor esfuerzo por delinear un proyecto de gobierno que entusiasme a los ciudadanos y les empuje hacia las urnas, a fin de que, independientemente del resultado que arroje el conteo de los votos, los coahuilenses podamos decir, el domingo 4 de junio, que fuimos invitados y participamos en una verdadera fiesta cívica.